19 de julio de 2013

Dead Can Dance: La Magia de los Colores


 “Creo que la música te hace sentir algo. No tiene que ver con la diversidad, no son cosas académicas. No creo que la gente cuando está escuchando la música al mismo tiempo está haciendo un estudio, es algo mucho más emocional. Es así de simple” (Lisa Gerrard).

Este sábado 13 regresaron los Dead Can Dance a nuestro país a finalizar su tour 2012-2013. Se podrían escribir muchos conceptos y ninguno por sí solo podría resumir la presentación y performance de la banda en el Movistar Arena… algunos de ellos podrían ser magistral, paz, elegancia, sublime y misterioso.
 
Y esto no tiene relación con la pleitesía de escribir sobre un producto que concluyo una sequía de más de 15 años, a partir de la grabación de su octavo disco 2012 “Anastasis” y su posterior gira. Debe ser uno de los pocos conciertos que me han dejado tan perplejo y boquiabierto como el vivido en el recinto del Parque O'Higgins. Fue una reunión con una magia indescriptible: elegancia, sublimidad, espiritualidad, magia étnica y profundidad que se fusionaron en un espectáculo notable, con una escena minimalista, con un juego de luces insinuante y un sonido que estremeció desde los primeros acordes, que han dado a Dead Can Dance 30 años de historia, un sitial de privilegio dentro de la música.
 
La noche era perfecta, escaso frio, poco antes de las 10 de la noche las luces se apagaron, Brendan Perry, Lisa Gerrard y su banda de 5 músicos tomaron posiciones, para arrancar con “Children Of The Sun”, una magnífica entrada a los lindes de la ensoñación y la belleza trascendental, con esa voz clara, fuerte y poderosa de Brendan llenando el espacio auditivo.
 
Luego una muy aplaudida “Rakim”, donde relució de especial manera el etéreo y brillante dulcimer realizado de Lisa Gerrard, una nueva dupleta de “Anastasis”, con “Kiko” y “Amnesia” mantuvo la luz fulgurando de una especial manera, para volver a rescatar otro corte de culto como es “Sanvean”, y una maravillosa actuación vocal de la propia Gerrard, que sin duda conmovió a todos los presentes: 5 minutos entre el cielo y la tierra, arrullados por la voz angelical de la cantante.
 
Hacer música se trata de lograr que múltiples y variados instrumentos convivan, de tal manera que se potencien solidariamente en pro de un resultado mayor, y es precisamente en este rubro que los australianos aprueban con excelencia, una muestra más significativa lo constituye “Black Sun”, en donde cada uno de los elementos se complementan en una perfecta conjunción, para no bajar del clímax auditivo.
 
Desde ahí en adelante, fue una avalancha de misticidad, humildad y sobriedad en cada canción intercalada por la presencia en la voz tanto de Lisa como de Brendan y algunos agradecimientos en español.
 
Pasaron creando una sinfonía, muchos clásicos entre ellos “The Host Of Seraphim”, la cual fue utilizada en el documental “Baraka”, que narra visualmente la evolución del ser humano, su relación con el medio ambiente y la fragilidad de la pobreza.
 
Otro clásico, muy bien recibido por el público ya que fue una pendiente de la visita anterior, la emotiva “Cantara”, del tercer disco de 1987, para luego rematar con otro extracto de “Anastasis”, el tema “All in a Good Time”, uno de los temas que más agradar escuchar por su simpleza que te lleva a imaginar.
 
Luego, en medio de otra gran ovación, Brendan Perry presenta a los componentes del grupo, al equipo de sonido, luces y roadies, y rematan la jornada con el corte de “Anastasis”, “The Return of the She King”, que estalló en ovaciones de pie para el grupo cuando el fin ya estaba consumado.
 
Una jornada inolvidable y sublime. Cada uno de los asistentes al show de Dead Can Dance en el Movistar Arena debe agradecer que el destino los ubicó en ese momento y en ese lugar, ya que muy pocas veces en la vida se tiene la ocasión de ser testigo de una presentación que no sólo raye en la exquisitez, sino que sea capaz de llevar al asistente a un nivel superior, en donde la música sea capaz de penetrar en lo más profundo de la percepción, acariciando los sentidos y llevándonos a otro espacio emocional.
 
Una puesta en escena desprovista de imperfecciones, cuyo principal atributo radica en la habilidad de establecer una espiritual conexión, con las 7.500 personas presentes en el recinto, llevándolos inclusive a un estado de trance tan subliminal, que el cuerpo es capaz de bajar sus pulsaciones y aguantar la respiración, para no interrumpir toda la maestría de los músicos presentes en el escenario.
 
Una presentación que sin lugar a dudas será catapultada a un lugar de privilegio en el registro de los mejores conciertos que han pasado por Chile, en donde la estrecha complicidad de cada uno de los elementos que conformaron el show de los australianos, hicieron de ese evento, una marca indeleble.
 

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