13 de agosto de 2016

La Persistencia de la (Des) Memoria
En recuerdo de Olivia Saso,
no olvidaré tu lección de esperanza
ni los sueños de Cecilia
En nuestro país, cada cierto tiempo brotan discusiones respecto al pasado que confirman que existen y coexisten diversas miradas sobre aquel. El homenaje a Krassnoff y Pinochet; la apertura del testamento del difunto dictador; las condenas a Contreras; el Mocito; y los debates en torno a la labor del Museo de la Memoria y otros sitios que intentan rescatar desde sus misiones institucionales nuestra memoria frágil y fragmentada lo demuestra.
En el Chile del siglo XXI, no ha surgido una real discusión sobre la Memoria y particularmente sobre los sitios, lugares de ella. No olvidemos que uno de los elementos de resignificación emanados del Informe Rettig, fueron sitios, lugares, memoriales u actos que fueran en clara reparación simbólica a las victimas de las más graves violaciones a los Derechos Humanos, cometidas entre el 11 de septiembre de 1973 al 10 de marzo de 1990.
Está demás insistir en que fue el Estado quien trasgredió de diversas formas estos derechos humanos, y por tanto, es el Estado quien debe resarcir el daño causado. Transcurridos 20 años desde aquel informe y otros posteriores, nadie podría negar la participación sistemática del Estado, a través de agentes, instituciones y fondos públicos.
Respecto a la labor del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, el historiador y premio Nacional de Historia, Sergio Villalobos Ribera, expresó que “la existencia del Museo representa el deseo de falsificar el pasado, en cuanto se enfoca en un acontecimiento singular, separado del resto de nuestra historia”.
Podemos desprender de sus expresiones que la apuesta u foco de atención del Museo de la Memoria, se centra únicamente en falsear, separar u fragmentar la historia, como si nuestro historiador relegara las numerosas veces que el Estado chileno ha violentado el descontento social. Recuerdo acá sólo una, la “Ley de Defensa Permanente de la Democracia”, más conocida como “Ley Maldita” de 1948.
En este contexto, no deseo dejar pasar el “Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile”, el cual fue preparado por otro historiador, Gonzalo Vial Correa, a modo de justificación del golpe militar de septiembre de 1973. Después de dos décadas de finalizada formalmente la Dictadura Militar, podríamos si concordar con Villalobos Ribera, que la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte se separa radicalmente de nuestra historia ya que a diferencia de otros episodios de violencia política en Chile, ésta buscó mediante la desaparición física y simbólica, una metamorfosis completa de nuestra sociedad, inaugurando de paso, un modelo económico voraz e individualista.
Nuestro historiador Villalobos expresa que el Museo de la Memoria falsea los hechos, ¿Por qué, cuáles serian estos? Parece que también olvidó que el secuestro, la tortura y la desaparición existieron durante la dictadura. Londres 38, José Domingo Cañas, Nido 20, Nido 18, Villa Grimaldi, la Venda Sexy, la Firma, Cuartel Borgoño, Academia de Guerra Aérea, Colonia Dignidad, Cuartel Silva Palma y últimamente, el desconocido Cuartel Simón Bolívar 8800. Y estos nombres y lugares ¿Desde donde aparecen?
En estas casas, centros de detención, tortura y desaparición final, estuvieron y pasaron miles de chilenos en distintos periodos. Lugares que con el tiempo se convirtieron en verdaderos anfiteatros del terror, en los cuales se extirparía el cáncer marxista y que formaban parte del enemigo interno, sitios donde se fraguó el poder desaparecedor del Estado. Eran lugares en los cuales - en palabras del Mocito- no existía Dios.
No cabe duda que nuestro meticuloso historiador no ha leído el libro “Disposición Final, La confesión de Videla sobre los desaparecidos”, en el cual, el detenido dictador asume todas las responsabilidades cometidas por sus subalternos en el período de la guerra sucia Argentina, tampoco habrá leído “La danza de los cuervos: el destino final de los detenidos desaparecidos”, ambos textos que denuncian lo ocurrido en tiempos de dictadura similares en nuestro continente
Los sitios y lugares de memoria forman parte de nuestro patrimonio cultural en su calidad de monumento histórico, pero el paso de campo de concentración a sitio de memoria debería especificar una calidad diferente: su calidad de Patrimonio de los Derechos Humanos. Seguramente esa es nueva lucha.
La labor desarrollada por memoriales y museos de memoria, trasciende la reparación a las víctimas. El conocimiento de los crímenes, sus características, magnitud y alcances, favorece el proceso de reflexión en torno a los derechos humanos y permite el inicio de conversaciones públicas y privadas de los ciudadanos en torno al tema.
En simples palabras, en estos sitios memoriosos, en el pasado campos secretos de exterminio y tortura, encontramos hoy estos silencios cómplices que incomodan al Estado que formaron parte inexcusablemente del Terrorismo de Estado durante 17 largos años.
La experiencia internacional ha demostrado que tras episodios de violencia, y especialmente cuando ésta ha sido ejercida por el Estado contra la sociedad a través de una política sistemática de terror, deben buscarse formas de reparar el daño causado a las víctimas, no sólo en su reconocimiento sino más importante aún con claros gestos políticos. Nuevamente rescato a la ESMA y el gesto durante del gobierno de Néstor Kirchner de sacar los retratos de Videla y Bignone del Colegio Militar, ambos presidentes de facto y responsables en la represión en Argentina.
Los ex centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, así como los memoriales y museos destinados a enfrentar el pasado son apreciados como sitios de memoria de una manera directa e inequívoca cuando cautelan el mensaje ético que anima su acción en el presente: NUNCA MAS.

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