… La liberación no es una quimera. Es una gran meta. Es un desafío.
Es un camino a andar, hombro con hombro, con el pueblo… (Kruse, 1986)
Se puede afirmar con justicia que la historia del Trabajo Social tiene sus raíces primigenias en la propia historia del ser humano y en la trayectoria histórica de la Humanidad, donde se observa una sensibilidad permanente con personas y grupos más necesitados. Sea por motivos humanitarios, religiosos, organizativos, de orden, de legitimación social, es decir, siempre ha existido un otro a quien ayudar.
El Trabajo Social Chileno surge en una época de agitación, convulsiones y cambios sociales a principios del siglo XIX, el boom del salitre genera fuertes migraciones hacia zonas del norte para explotar y trabajar aquella riqueza, pero en forma paralela una gran crisis económica y social y no menos importante marca la ruta institucional, la Constitución Política de 1925, la cual estuvo vigente hasta 1980.
La profesión con sus 92 años ha transitado desde diversas posturas y miradas, comenzando en la caridad filantrópica pasando por los procesos de promoción y de reconceptualización regresando nuevamente a nuevas formas de asistencialismo bajo los gobiernos democráticos.
En los últimos años, el desarrollo desigual y combinado de decenas de instituciones de educación superior públicas como privadas ha multiplicado un creciente número de técnicos especialistas y profesionales que han ido copado y saturando el mercado laboral.
Creando una masa de trabajadores configurando las filas de un ejército de profesionales con características invisibles los cuales, en su constante lucha individual por ejercer dignamente la profesión, constituyen –como expresó Marx-todo un ejército de reserva, que ante un panorama competitivo, -y-, dispuesto a vender su saber como fuerza de trabajo. Es decir, un Trabajo Social en un mercado que oferta una extraordinaria externalización de sus servicios, extensas jornadas laborales, bajos salarios, cifras de rotación profesional, grupos de trabajo al borde del Burn Out, relaciones de maltrato y conflicto laboral y precarización, entre las más relevantes.
Paralelamente a lo anterior, el mercado académico es un mercado precarizado, en el cual reaparece la figura de “los profesores taxis”. Ejemplo de ello, son las diferencias en los planteles académicos extensamente acreditados versus aquellas instituciones que llevadas a exigencias del modelo, pauperizan sus “cuerpos docentes” a costa del pago de bajos honorarios y sin garantizar protección social.
Lo anterior, impacta nuevamente a la profesión, ya que existen carreras que se imparten bajo modalidades a distancia mediante metodologías de carácter semipresencial, instalando la duda razonable respecto de la responsabilidad ética y educativa en la calidad de aquellos profesionales. Eso sólo a modo de diagnóstico en un par de ámbitos como son lo laboral y lo académico.
Cómo profesión, al Trabajo Social le urge una mirada a sus formas de pensar, actuar y del hacer, mucho más cercano a las necesidades y relatos del siglo XXI y a los desafíos que éstos plantean; tiene una enorme deuda con ella misma y con sus perseguidos, desaparecidos y muertos durante la Dictadura Militar. Se reclama reflexión y discusión pero dichos espacios tanto individuales como colectivos no están disponibles ni en lo laboral ni en lo académico.
Sólo nos queda como bastión, nuestra organización gremial que con una data de 62 años languidece y sobre vive gracias a unos pocos colegas que se esfuerzan notablemente para evitar su temprana defunción.
Los colegios profesionales actualmente viven una profunda crisis de legitimación y representatividad, ante todo por las restricciones impuestas a dichas organizaciones gremiales en tiempos dictatoriales y que no se les han restituido en democracia.
La preeminencia en la sociedad de un modelo económico que estimula la competencia en todos sus planos, en el cual, los profesionales sociales se encuentran en condiciones laborales precarizadas, o regidos por las lógicas de gestión mercantiles y que tienen su corolario en una cultura individualista y competitiva, limitan cualquier posibilidad de organización y participación.
Ciertamente, en una sociedad cada vez más fragmentada y una institucionalidad débil se requieren colegios profesionales sólidos, con opinión, abiertos al debate; gremios democráticos y participativos, inclusivos, con apertura a nuevas ideas, a formas de hacer y pensar. Y ello requiere de transformaciones estructurales, en educación, en el modelo económico, en lo institucional, pero también en contribuir a generar una cultura de la solidaridad y la cooperación, comenzando por nosotros mismos.
El dilema es languidecer sobreviviendo por años o abrirse al debate franco y directo entre los que participan hoy con la finalidad de convocar a muchos mañana. El debate franco y abierto debe estar presente en el Colegio de Trabajadores Sociales AG, del cual me siento parte.
En palabras de Gustavo Parra (2005:89) el Trabajo Social es un proyecto profesional con tres dimensiones claras y precisas “ético-político, teórico-metodológica, operativo-instrumental... inherentes e indisolubles, separadas para fines analíticos. La complejidad de lo social y de la intervención en lo social, implica y desafía holísticamente la consolidación de estas dimensiones en sus múltiples pliegues”.
Los desafíos actuales urgen a superar anteriores debilidades, (re)construir colectivamente un proyecto ético-político profesional, que pueda enfrentar con dignidad y compromiso las fuerzas del mercado y que restituya, la voz y el voto que tuvo el Trabajo Social chileno y que vele, con responsabilidad por las condiciones de sus profesionales.
No es tiempo de rehuir dicho debate, el mismo siempre ha estado presente en nuestra historia, ha sido parte del ADN constitutivo del Trabajo Social, como profesión en términos económicos, sociales, políticos, teóricos u metodológicos.
El desafío de hoy y no cabe duda mañana, no tan sólo para el Trabajo Social sino para sus profesionales es romper con el dilema epistemológico de la sociedad neoliberal y la instalación de problemáticas de una “Nueva Cuestión Social”.
Dado lo anterior, se torna necesaria la constitución de un proyecto profesional progresista, fundado en principios y valores como: la Libertad, la Democracia, la Ciudadanía, los Derechos Humanos, la Justicia y la Ética, para aquella noble tarea todos somos importantes y relevantes, colegiados o no. Esos son los desafíos y ese debiese ser nuestro camino.
… Hay que dudar y explicitar todo.
Hay que comenzar por hacer una revolución en nosotros mismos.
Y que nuestro titulo no nos haga olvidar
que esencialmente somos hombres…
(Natalio Kisnerman, Servicio Social Pueblo, 1972)
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