Tzvetan Todorov, en su obra “Los abusos de la memoria” nos expresa que “ninguna institución superior, dentro del Estado, debería poder decir: usted no tiene derecho a buscar por sí mismo la verdad de los hechos, aquellos que no acepten la versión oficial del pasado serán castigados. Es algo sustancial a la propia definición de la vida en democracia: los individuos y los grupos tienen el derecho de saber; y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde al poder central prohibírselo o permitírselo”.
Pienso que vamos a coincidir en que el significado que evoca la serie nocturna “Los Archivos del Cardenal”-basado en la historia de la desaparecida Vicaria de la Solidaridad-es un intento al menos desde la ficción-realidad por romper la anomia televisiva semanal ante tanto programa farandulero. La serie es una suerte de archivador social de memoria para interpretarla, transmitirla, socializarla y sobre todo, para generar reflexiones y aprendizajes del pasado reciente para transitar al Nunca Más.
Pero este sano intento, sano en el sentido de sanar, se ha visto torpeado por algunas afirmaciones de oscuro currículo, la gran mayoría de ellas ligada con ese pasado que devela la serie en cuestión. Como “un abuso de dineros públicos” calificó el diputado señor Alberto Cardemil Herrera la emisión del programa en cuestión.
Más agresivo en sus comentarios son las del senador designado y presidente de Renovación Nacional, señor Carlos Larraín Peña, al expresar didácticamente que “la telenovela, que quiere ser documental, es más fome que chupar un clavo amohosado”.
No cabe duda que todas estas reacciones destempladas tienen en denominador común un deseo profundo y extenso de descrédito, ocultamiento y/o de eliminación de la incómoda memoria, que aparece de vez en cuando.
La Vicaría de la Solidaridad sigue siendo hoy un símbolo de la acción colectiva de múltiples instituciones, organizaciones, agrupaciones y personas que en Chile se constituyeron “como un espacio de contención y de ayuda represiva”.
La memoria es individual, personal, tiene relación con los relatos y vivencias de cada uno, en su tiempo y espacio pero al enfrentarse con la memoria de otros se va construyendo una memoria colectiva. Por tanto, la memoria se presenta íntimamente relacionada con un tiempo abierto, donde el sujeto se construye en la tensión entre el pasado, el presente y el futuro.
Pilar Calveiro quien estuvo secuestrada y detenida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), nos expresa en sus reflexiones que la “fidelidad de la memoria reclama, pues, un doble movimiento: recuperar los sentidos que el pasado tuvo para sus protagonistas y, al mismo tiempo, descubrir los sentidos que esa memoria puede tener para el presente. Se trata, por lo tanto, de una conexión de sentidos que permita reconocer y vincular los procesos como tales, con sus continuidades y sus rupturas, antes que la rememoración de acontecimientos, entendidos como sucesos extraordinarios y aislados.
En este sentido, hace una apuesta en esta apertura del tiempo por vía de la resignificación por parte del sujeto, o sea, a través de la capacidad de narración del sujeto de su propia historia. Ante tanto prejuicios cabría preguntarse, ¿De qué manera el Estado chileno ha preservado la memoria de las violaciones a los derechos humanos ocurridas entre 1973 y 1990?
Dado que no es una respuesta simple, sino es más bien extensa para no caer solamente a los datos duros… complejo seria pensar que nuestras actuales autoridades nunca hayan leído, escuchado u oído sobre Londres 38, José Domingo Cañas, Villa Grimaldi, Cuatro Alamos, Lonquén, Pisagua y tantos otros nombres que me callo… por horror; o que no supieran de la parrilla, el submarino mojado y seco, el pau de arara y tantas otras técnicas de tortura.
Seguramente la retórica utilizada por el diputado Cardemil Herrera puede explicarse por su conducta y trayectoria política. Sólo un dato para la memoria, el diputado aliancista fue funcionario de la dictadura militar, desempeñándose como Subsecretario del Interior entre 1986 y 1988, período en que – según el Informe Rettig – son asesinadas cerca de 100 personas a manos de agentes del Estado.
Es esa imagen la que impugnan sin mencionar, políticos como Cardemil, Larraín y Chadwick a la hora de hablar de los Archivos del Cardenal, mientras explican que la “serie cuenta la historia de Chile de modo sesgado, que es peligrosa para la vida pública”.
Siguiendo a Todorov y a nuestros Archivos del Cardenal, “aquellos que, por una u otra razón, conocen el horror del pasado tienen el deber de alzar su voz contra otro horror… lejos de seguir prisioneros del pasado, lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria –y el olvido- se han de poner al servicio de la justicia”.
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