16 de agosto de 2011

Los Dilemas del Trabajo Comunitario

Recuperar y Aprender de nuestras prácticas, es un deseo siempre valorado aunque muchas veces no efectuado. El cosismo, el activismo que realizamos en el campo de lo social y en la educación popular muchas veces atentan contra este buen propósito, que en realidad es fundamental y decisivo para el logro de nuestros anhelos de cambios y/o de la modificación de la realidad social.

En la última década, se ha manifestado con mayor significancia el problema de la desorganización y fragmentación social que repercute en el sistema social de nuestro país, afectando con más fuerza los espacios comunitarios.

El predominio del individualismo en amplios sectores populares que en tiempos pasados protagonizaron históricas luchas sociales por una mejor calidad de vida, materializados particularmente en tomas de terreno y comités de allegados, hoy en día se traducen en la fragmentación y la pérdida de cohesión comunitaria, lo que a su vez, se visualiza en la pérdida de los espacios públicos.
Para entender mayormente estas significaciones, recordemos algunas definiciones sobre Comunidad:

1. Una comunidad es una agregación social o conjunto de personas que, en tanto habitan en un espacio geográfico delimitado y delimitable, operan en redes de comunicación dentro de la misma, pueden compartir equipamientos y servicios comunes y desarrollan un sentimiento de pertenencia o identificación con algún símbolo local. Con funciones relevantes como, producción, distribución y consumo de bienes; socialización; control social; participación social y apoyo mutuo (Ander-Egg, 1995: 66).
2. Agrupación organizada de personas que se perciben como unidad social, cuyos miembros participan de algún rango, interés, objetivo o función común con conciencia de pertenencia, situados en una determinada área geográfica en la cual la pluralidad de personas interacciona más intensamente entre sí que en otro contexto

Desde la mirada del Trabajo Social, es relevante tener en cuenta las funciones más importantes que se pueden desarrollar a nivel comunitario, a saber:
a. Participación Social como posibilidad que brinda la comunidad local para que, a través de la familia, el medio laboral, las organizaciones voluntarias, las asociaciones de base, las organizaciones religiosas, culturales, sindicales o políticas, las personas integrantes de la misma puedan desarrollar o realizar actividades de carácter social. Esta participación puede tender a la satisfacción de necesidades (individuales o colectivas, emocionales o utilitarias) o a la solución de problemas compartidos por algunos de ellos.
b. Apoyo mutuo cuando éste sea necesario y que puede ser fomentado por mecanismos institucionales formales (agencias, instituciones de bienestar social etc.) o por grupos primarios (familia, amigos, vecinos, etc.) (Ander-Egg, op.cit.: 65-66).
El territorio comunitario no sólo constituye el espacio físico y/o lugar de residencia determinado culturalmente por los propios habitantes de una localidad, cuyos límites paulatinamente han sido socavados por las diversas instancias de participación generadas desde los gobiernos locales y centrales.
Recordemos algunos elementos que configuran una comunidad, el territorio, las necesidades, los problemas, los recursos, los habitantes con sus actores locales, las instituciones (municipio, los consultorios, escuelas y la participación social comunitaria).
Se observa que desde la sociedad no ha habido canales para modernizar y renovar a las organizaciones de la sociedad en un nuevo contexto donde el Estado e individuos están ocupando espacios diferentes a los de antaño. A su vez, no obstante el Estado ha realizado esfuerzos en aras de fortalecer la participación ciudadana, los resultados son exiguos. Nos encontramos en una suerte de “congelamiento” en el activismo social y participación ciudadana y comunitaria.
Acá el problema central, se ubica en concebir a la participación como un rasgo prácticamente inevitable a las políticas sociales y/o como un aporte funcional al desempeño de las mismas. Mirada implementada por los todos gobiernos en esta última década, por tanto, la participación es valorada sólo en tanto aporta a iniciativas que son decididas, diseñadas y controladas por el Estado.
Contraponiéndose a ésta mirada, Palma (1998), expresa que la participación debe constituir una práctica cuyo primer propósito sea contribuir al desarrollo de las personas que participan. Una política auténticamente participativa incorpora a las personas con iniciativa y responsabilidad, lo que es distinto de considerarlas como usuarios que "participan" sobre la base de cursos de acción controlados y preestablecidos por otros.

Al revisar el tema del Trabajo Comunitario, consecuencias, efectos y necesidades, aflora una pregunta sin respuesta, la cuestión del cambio social, intervenimos para mantener el status quo o para cambiar la situación actual.
Sí hablamos de cambio social, debemos revisar y reflexionar sobre las acciones dirigidas sobre la comunidad, para la comunidad o con la comunidad. En otras palabras, la acción social es aquella que se orienta por las acciones de otros, las cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas como futuras. Una acción social es toda acción siempre y cuando tenga un sentido mentado para los miembros o el miembro de la acción sea la conducta de otros, orientándose por esta acción.

El cambio social, como propósito de la intervención comunitaria pretende un cambio en el sentido de propiciar un mejoramiento en las condiciones de vida de los sujetos, objeto de cualquier intervención. En este sentido, la orientación se encamina a una acción desarrollista más que asistencialista, buscando la emergencia de todas las potencialidades posibles de los beneficiarios de un programa, en favor de su fortalecimiento, en cuanto a su capacidad para transforma la realidad, a través de la propia transformación.
Por tanto, parece ser que la debilidad en la participación social y de las organizaciones sociales debe asociarse con la dificultad de encontrar nuevos modelos de acción, de agrupamiento y nuevas formas de interlocución con el Estado y en general, en la esfera pública.

La participación social pasa entonces, por la ruptura de la asimetría existente entre los servicios institucionales y la comunidad, lo que significa democratizar el poder, ampliando los espacios de decisión de quienes han sido excluidos de la posibilidad de influenciar en diversas materias.
Por lo cual, para que nuestras acciones tengan repercusiones y/o impactos, es necesario y relevante generar vínculos con las personas para construir experiencias de autonomía, identidad, confianza y lealtades. Entonces, el desafío del Trabajador Comunitario es construir esos vínculos necesarios, que los podríamos dividir en dos tipos, el primero tiene relación con el propio vínculo que genera uno en diferentes espacios y el segundo, el que genera la propia comunidad, es decir, en el terreno donde se encuentran las personas. Por tanto, el vínculo es una relación empática, asertiva, afectiva y sobre todo, con una escucha atenta, que ponga atención sobre lo que él otro está diciendo.
Acá, es relevante redimir sino nuestra profesión, algo que es común en todos los interventores en el campo de lo social, al Trabajo Social lo entenderemos, como aquel que “promueve la resolución de problemas en las relaciones humanas, el cambio social, el poder de las personas mediante el ejercicio de sus derechos y su liberación y la mejora de la sociedad”. En ese devenir, los principios esenciales para el Trabajo Social son los Derechos Humanos y la Justicia Social (Ética en el Trabajo Social, Declaración de Principios” aprobado por la Asamblea General de la Federación Internacional de Trabajadores Sociales y de la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social en Adelaida, Australia, Octubre 2004).
El debate actual en el Trabajo Social y particularmente del Trabajo Comunitario es una especie de ruptura epistemológica en cuanto al actuar frente a las comunidades, este debate actual se da en el marco de lo llamado “Nueva Cuestión Social”. En el cual se enfrenta dos posturas claramente, una conservadora como es la Neofilantropía que pretende reinstaurar una mirada parcial de los problemas sociales despojados de su carácter relacional y social; y la otra de corte más progresista, como es la Ciudadanía, ésta tiene como núcleo duro la recuperación no sólo de la noción sino de la práctica de la ciudadanía como derechos y responsabilidades, como factor de integración so­cial, de respeto por las diferencias, de construcción de igual­dad y de emancipación.
Para finalizar, un pensamiento de Berger y Luckmann (2003) que engloba en todo lo expresado en este documento y particularmente en este último punto, “Toda actividad humana está sujeta a la habituación. Todo acto que se repite con frecuencia, crea una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos y que ipso facto es aprehendida como pauta por el que la ejecuta. Además, la habituación implica que la acción de que se trata puede volver a ejecutarse en el futuro de la misma manera y con idéntica economía de esfuerzos. Esto es válido tanto para la actividad social como para la que no lo es”.

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